4 de abril de 2011

Dos Cero Doce


Vive este año como si fuera el último
Los Mayas
Que triste y aburrido debió de ser vivir antes del siglo veinte.

Se me hace prácticamente imposible imaginar la vida antes de todas las comodidades y los avances tecnológicos que hoy disfrutamos. No sé lo que haría sin drenaje y agua corriente, sin luz eléctrica, sin automóvil, sin cine, sin teléfono, sin algún aparato para reproducir música y simplemente no creo que podría vivir sin ver la tele.

Es verdad que en este mundo tan mecánico, tan tecnológico y tan globalizado cada vez existen más y más necesidades creadas sin las cuales nos es imposible concebir nuestra actual existencia, y a pesar de que la mayoría de éstas máquinas y artefactos nos han facilitado el trabajo, la comunicación y nos han ahorrado mucho tiempo en hacer tareas complicadas o tediosas, la mayoría de nosotros nos hemos hecho esclavos de las máquinas, las comodidades y los servicios que hemos ayudado a crear.

Mi trabajo hoy, es casi inconcebible sin una computadora, pero apenas hace un par de décadas, así es como se hacía. Yo nací en un mundo sin internet, así que vivir en un mundo sin Facebook, Twitter, messenger o e-mails no me asusta, ya he estado ahí antes. Yo nací escuchando mala radio, llena de estática y con dudosa recepción, así que vivir en un mundo sin MP3, CDs o alta fidelidad tampoco me asusta. Nací en un mundo donde tenías que discar los números para llamar por teléfono, así que puedo vivir perfectamente sin celulares, mensajes SMS, aplicaciones para el Blackberry o el iPhone. Pero de lo que definitivamente nunca podría prescindir es de la televisión. Yo crecí viendo la tele, ella me educó y me formó, de ahí proviene la mayor parte de mi humor, de mi estilo visual, de mis creencias más profundas y mis gustos más culposos, era un escape, una puerta a otros mundos, una terapia, un compañero en la soledad, vivir sin ella es como perder padres, hermanos, amigos, escuela, templo, deportivo, agencia de viajes y club social.

El pasado puente, viví de primera mano los horrores del siglo 19. Primero, mis queridos amigos de mi compañía de cable local tuvieron a bien dejarme sin acceso a internet, sin teléfono y con servicio de televisión de paga con la mitad de los canales, una de las grandes desventajas del famoso triple play es que no te pega en un solo servicio si no en los tres. Para rematar, al día siguiente me quedé sin luz eléctrica y por ser puente ya para el siguiente día obviamente tampoco tenía agua porque no había bomba que la subiera a el tinaco, así que de pronto me encontré enfrentando las dificultades de cualquier refugiado de desastres y tuve que acudir a la asistencia social para poder bañarme, más o menos trabajar y comunicarme con mis clientes, amigos y el resto del mundo.  

A pesar de que todo el escenario no era ni lejanamente conveniente para mí, aprendí mucho de la experiencia y pude rescatar muchos momentos agradables de toda la situación. La Pispa y Tinkerbell me recibieron con los brazos abiertos en sus respectivos hogares, me consintieron y se esforzaron para hacerme sentir como en casa, pude compartir mucho tiempo con mi sobri y me sirvió para probar otros aires como trabajar en la “terraza” de la biblioteca local, casi trabajando al aire libre, conviviendo con la naturaleza, pero sin verme forzado a consumir algo dentro de la oficina virtual de algún Starbucks o cualquier otro café de confianza y sin tener el taxímetro del internet corriendo en algún cibercafé.

Pero de cualquier forma, tarde o temprano tenía que regresar a la casa y enfrentar la realidad de no poder piratearle el internet a los vecinos (por obvias razones) y que la pila de la lap en algún momento tenía que ceder y lo más heartbreaking de todo era no tener el reconfortante brillo de la tele iluminando la oscuridad y haciendo más llevadera la soledad, la impotencia y el tedio.

Por supuesto siempre existen alternativas a la pérdida temporal de los servicios, está la opción de bañarte en el gym o en el club, puedes ir a las pocas zonas de internet abierto que existen en D.F. como Polanco, el zócalo y ciertas regiones de Santa Fe, siempre existirán las velas para darle un ambiente más le cachondé al asunto y si eres un ávido lector seguramente disfrutarás que por default se elimine la opción distractiva de la televisión.

En un futuro no tan lejano, seguramente existirán opciones a la falta de agua para su uso higiénico, ya sea la canalización o reutilización de agua tratada, el uso de algún tipo de polvo químico o gel bacteriológico para bañarnos y mantenernos limpios, sin olores y perfumados, quizás habrá un sistema efectivo para acumular o generar energía eléctrica y las máquinas y servicios seguramente optimizarán sus rendimientos y su uso de los recursos no renovables, pero lo que hoy es una realidad es que nuestro mundo tecnológico y perfecto está sostenida con palillos y tan susceptible a la destrucción como desde el principio de la civilización humana y probablemente hoy aún más que antes.

Si nos sucediera una catástrofe como la de Japón (¡[inserte su deidad favorita aquí] no lo quiera!), no estamos ni medianamente preparados para sobrevivirla. Todos los que vivimos y recordamos la tragedia y las carencias del terremoto del ’85, sabemos perfectamente que otro evento similar es potencialmente más devastador, porque los factores involucrados para el desastre no solamente no se han solucionado, si no en la mayoría de los casos se han agravado, somos más millones de habitantes que hace 26 años y vivimos cada vez más conglomerados en menores espacios, nuestras autoridades locales y federales son aún más corruptas, inútiles e impotentes que las anteriores (si es que eso es posible), el comportamiento y la actitud de la gente que vivimos en esta jungla de asfalto se ha vuelto más violento, egoísta e incivilizado y la naturaleza de las nuevas generaciones es muchísimo más desinteresada, irrespetuosa y sin ningún valor altruista o cívico que la nuestra, no le dan ninguna importancia a estar preparados y dependen demasiado de la tecnología y las comodidades de la vida moderna.

Con la visión de un escenario apocalíptico tipo 2012 cada vez más posible, cercano e inminente, las tragedias de otros países como Haití o Chile deberían de recordarnos que cuando veas las barbas de tu vecino cortar pon las tuyas a remojar. Y no me refiero a simplemente mantener tu kit contra desastres con tus documentos, una lámpara, pilas, velas y esas cosas siempre listo y a la mano, si no a estar siempre realmente preparado ante la eventualidad y no solamente me refiero a algún tipo de cataclismo natural si no a cualquier evento que pueda desestabilizar nuestro endeble balance y ponernos en desventaja contra los elementos, puede ser algún tipo de revuelta social (¿recuerdan el paro de Avenida Reforma?) o algo más grave como algún movimiento reformista o una guerra civil (¿a alguien le suena Egipto, Irán o la crisis del medio oriente?), el hastío y la desesperación del ciudadano común nos acerca cada vez más a estos escenarios de inestabilidad social y económica o que me dicen de alguna enfermedad o pandemia incontrolable (¿SIDA?, ¿gripe aviar?, ¿influenza AH1N1?, ¿marea roja?, ¿vacas locas?) todas estas plagas ya salieron de los libros apocalípticos y de las narraciones de ciencia ficción y se han convertido en verdaderas amenazas a nuestra salud y a la de los animales que consumimos para subsistir, alimentarnos y vestir.

El tiempo para una reacción ciudadana o alguna acción civil parece habérsenos escapado de las manos, parece demasiado tarde para revertir el proceso de nuestra propia destrucción, porque nos ataca desde todos los frentes, sin embargo, creo que el primer paso para revertir este proceso es la conciencia de que son amenazas reales a nuestro estilo de vida y al de nuestras familias y personas amadas.

Las acciones que realicemos para evitarlo no tienen que ser sorprendentes, pero si duraderas al largo plazo, podemos empezar a hacer lo que a cada quien nos corresponde pero de una manera seria y responsable, sin desviar nuestra atención de lo inmediato y lo local, digo está padre darle lana a Greenpeace y ayudar combatir el hambre en África, pero eso no nos significa beneficios al corto plazo para ninguno de nosotros, ayuda mucho más a nuestra vida diaria y a nuestro futuro, el reciclar nuestros propios desechos, cuidar el consumo de servicios básicos como la energía eléctrica y evitar el gasto innecesario de nuestros recursos no renovables como el agua, tomar la responsabilidad de investigar y estar interesados en las personas que nos gobiernan local, estatal y federalmente, y no solamente ejercer nuestro derecho ciudadano de votar por nuestros representantes, si no también encargarnos de la responsabilidad civil de vigilar que el trabajo básico de cada actor político se haga en verdad y de exigir que se cumplan las promesas de campaña y todos los acuerdos que sean benéficos para el bien de nuestra comunidad, no podemos permitirnos empezar la cadena de pasar la bolita al de al lado seguros que alguien más hará la chamba por nosotros, sin pensar que tarde o temprano el ciclo seguramente terminará donde empezó y algo que pudimos resolver de frente acabará por patearnos el trasero.

De todas las pequeñas grandes acciones para evitar nuestra destrucción que podemos empezar a realizar desde hoy, probablemente la más importante de todas es enseñar a las nuevas generaciones a tener una conciencia real acerca del mundo en el que vivimos, fomentarles un respeto hacia la naturaleza, hacia los animales y hacia el medio ambiente, pero sobre todo hacia las personas a nuestro alrededor, enseñándoles valores básicos como honestidad, civismo y tolerancia e instruirlos para defender sus derechos y ser responsables de sus obligaciones, a pesar de que nosotros no los practiquemos o no creamos en ellos, ese cambio de conciencia podría salvarles la vida en un futuro no tan lejano.  

Alguna vez escuché que la civilización no se basa en la luz eléctrica, el agua caliente o el papel baño, si no en las personas que lo hacen posible y creo que eso es una verdad fundamental. Si toda la literatura apocalíptica desde la Biblia pasando por Nostradamus hasta llegar a Terminator nos han enseñado algo, es que la respuesta para evitar la catástrofe está en nosotros mismos, nosotros y nadie más somos la respuesta para evitar nuestra propia destrucción y si todo eso fallara y nos encontramos por fin con la inevitable hecatombe mundial, nuestra mejor opción es pasar esos últimos momentos con nuestra familia, amigos y personas amadas.

No podría predecir si todos veremos el amanecer del 22 de Diciembre de 2012, lo único que sé es que me gustaría recibirlo en mi fiesta del fin del mundo junto a mis personas favoritas, bebiendo y cenando algo rico. Pero como no existe ninguna garantía en cuanto a fechas apocalípticas se refiere, he aprendido que uno de los actos de amor más importantes que podemos realizar a diario es recordarles constantemente a nuestros seres amados lo importante que son para nosotros y cuánto significa su presencia en nuestras vidas, jamás te vayas sin despedirte y decirles todas las cosas que habitan en tu corazón, porque no sabes si tendrás siempre la oportunidad de decirlas o expresarlas físicamente.

La penumbra siempre te hace pensar en cosas tenebrosas, saca a la superficie todos esos miedos y temores que habitan en la parte trasera de tu cerebro y tu corazón, seguramente por eso las mejores historias de terror siempre suceden en la oscuridad y siempre se dan en condiciones de aislamiento, espero que yo y ninguno de ustedes queridos lectores, tengamos que enfrentar algún escenario terrorífico o apocalíptico en lo que nos resta de vida, pero si así sucediera, les recomiendo acudir a la bella capital del estado de Hidalgo porque como diría mi amiga Laurita: “si se acaba el mundo, yo me voy para Pachuca, al fin que ahí nunca pasa nada”.

¡Quítenme la vida, pero no me quiten mi tele!