Hasta hoy, había prometido mantenerme
al margen de la actual contienda electoral y limitar mi participación a hacer comentarios
sarcásticos y aderezarlos con un poco de inofensiva comedia política.
Siempre he criticado el
proselitismo sin compromiso ni involucramiento y las redes sociales y estos
medios alternos realmente no aportan demasiado a ninguna causa, sin embargo conforme
más me acerco al 4to. Piso, creo que es más válido tener y defender una posición
ideológica, someterla al análisis y al escrutinio público y comprometerse al
menos con una opinión propia que represente mi visión de éste país en el que
nací, vivo y a pesar de todo creo.
Sin pretender ser un letrado en
la materia y aceptando mis numerosas deficiencias en temas políticos hablaré
exclusivamente de mi experiencia propia y como me han afectado directa o
indirectamente los últimos años desde que desarrollé una conciencia política.
Por eso preparé este pequeño tríptico
de historias que ilustran mis ideales y convicciones y que no pretenden cambiar
la intención de voto ni criticar ningún posicionamiento o inclinación política
de mis lectores, simplemente son una visión propia que en el peor de los casos
les servirá solamente de referencia para el momento en el que tomen una
decisión en las urnas.
Así es que sin más preámbulo,
los dejo con la primera entrega de este ejercicio de libertad de expresión.
Capítulo 1.
El Pueblo sin rostro
El destino de un país
está en manos del progreso
de sus ciudadanos.
Yo nací y crecí bajo el régime priista.
Como la mayoría de la gente de
mi generación, fui criado en un hogar católico y conservador, con valores
familiares y morales tradicionales y en una estructura social blindada de
cualquier influencia reaccionaria o contraria a los ideales del sistema.
Me tocó vivir la guerra fría y soy un producto de la
televisión. Desde niño, la tele me crió y me educó bajo el statement gringo, me enseñó a repudiar al socialismo, al comunismo
y a los hippies, y me hizo amar al
capitalismo y al neoliberalismo. Vi a mis tíos rojillos traicionar los ideales comunistoides
de su juventud y sucumbir ante el sistema católico y capitalista que tanto
criticaban y condenaban.
Pero también me tocó ver de
cerca la corrupción, las devaluaciones del peso, la represión, la censura, la
persecución de periodistas, los fraudes electorales, la imposición de los
poderes fácticos y la oligarquía de los ricos y poderosos.
A mí no me contaron lo que pasó en terremoto del ‘85, me tocó vivir la ineptitud, la falta de organización y de conciencia de las autoridades y también estuve ahí cuando la burbuja se rompió, fui testigo de “la caída del sistema”, fui víctima de las mentiras del primer mundo que prometía el Salinismo, contemplé con terror el asesinato de Colosio y sufrí de primera mano el “error de diciembre” y el “efecto tequila”. Así que con todo ese background no era muy descabellado pensar que al crecer me convirtiera en panista.
He sido panista blanquiazul desde que puedo votar. Mis amigos de hace
muchos años aún no entienden cómo a pesar de mi naturaleza rebelde y
reaccionaria puedo apoyar a la ultra derecha católica conservadora y siempre
les contesto que en el fondo todos los mexicanos somos panistas de clóset, a todos nos encanta presumir de modernos, liberales
y progresistas pero en cuanto algo o alguien nos toca nuestros valores sociales,
morales y religiosos más profundos ya no nos parecen tan anacrónicos y
aberrantes, si no me creen recuerden esto la próxima vez que haya un temblor y
se encuentren rezándole a la virgencita,
cuando vean caminando a una niña de quince años con una panza de 8 meses de
embarazo o a un par de bigotones besándose en la calle y entonces me presumen
de open mind.
No voy a defender a la ultra
derecha, ni al panismo, ni a ningún
otro gobierno de “alternancia” de ningún partido existente o extinto porque
simplemente no hay cómo, no hay manera de exaltar ningún logro o valor
intrínseco sin que se empuerque por alguna mala acción de su partido o sus
propios correligionarios. La política nacional está tan manchada que los pocos
políticos rescatables se diluyen entre las hordas de maleantes, ladrones,
asesinos, ineptos, locos y corruptos que han envenenado lentamente este país.
Ante el fracaso del modelo panista y el inminente regreso del
PRI a Los Pinos, regresan a mi mente
todas esas historias de injusticia y abusos de las que fui silencioso testigo y
me pregunto si existirá alguna forma de evitar que se repitan, ¿serán los
jóvenes realmente capaces de revertir el proceso y amortizar los efectos
nocivos del priismo en el poder?, ¿habrá alguna forma de restringir el
despliegue de la corrupción desmedida?, ¿podrán combatir la indiferencia y
luchar por un cambio sustancial y duradero?, yo solamente puedo cooperar a la
causa contándoles una historia de un lugar a donde jamás llegó el cambio.
Todo comenzó a finales de septiembre
del año pasado cuando uno de mis clientes me pidió visitar una de sus plantas
en el Estado de México.
A escasas 3 horas del Distrito
Federal y ubicada dentro de un parque industrial más bien mediano, la planta
está a las orillas de lo que en ese estado denominan como “municipios jóvenes”.
El acceso al parque industrial está
rodeado por un pequeño poblado y desde mi llegada me sorprendió descubrir las
condiciones tan precarias en las que ésta pobre gente vive. No solamente no
contaba con caminos y señalización apropiados para los vehículos que transitan
diariamente por sus calles (si a estos pedazos de pavimento llenos de charcos y
lodo se les puede llamar así), si no que ni siquiera tenía los servicios
básicos como drenaje, agua corriente y luz eléctrica.
Este pueblo de más de 100
habitantes, no cuenta con clínicas, escuelas, policías y ningún tipo de
representación legal. Los empleados de la planta e incluso algunos de los
locales que trabajan ahí como obreros, se refieren a él como uno de “los pueblos
perdidos” de Eruviel.
Pero tanto el gobernador actual
del Estado, como sus antecesores; el ahora flamante candidato Peña Nieto y su
nefasto predecesor Montiel, en más de una década ni siquiera se han acercado a
conocer las necesidades de la gente que habita ahí y que supuestamente
gobiernan.
Sin embargo el pueblo está lleno
de gente trabajadora, con ganas de superarse y con el sueño de poder mejorar
las condiciones de vida para sus familias. Todos te saludan por las calles y
son amables con los visitantes, al platicar con sus habitantes te das cuenta
que es gente buena y optimista que a pesar de tener todo en contra siempre
tratan de encontrar lo bueno y positivo aunque en sus rostros se refleje la
tristeza y la resignación.
Durante los días que duró nuestra
evaluación, tuvimos que hospedarnos en la ciudad de Tula en el vecino estado de
Hidalgo, donde podíamos tener conexión a internet y acceso a materiales de
oficina básicos porque era el destino más cercano para encontrar las
condiciones adecuadas para continuar nuestro trabajo.
Fue increíble descubrir lo fácil
que es salir de tu zona de confort y darte cuenta de la realidad tan distinta y
adversa que tus compatriotas viven y padecen a tan pocos kilómetros de tu
ciudad. Era imposible no pensar y preguntarse que si esto sucedía a sólo 3 horas
del D.F. ¿qué se podría esperar de municipios en la sierra de Guerrero y
Oaxaca?, ¿cómo sobreviven las poblaciones indígenas en Tlaxcala?, ¿qué hay con el
resto de nuestro país?, ¿hasta dónde realmente ha llegado el bienestar social?,
ese panorama inquietante y perturbador te hacía de verdad reapreciar los
beneficios que tienes, aunque estén mal distribuidos y sean excesivamente caros
por lo menos contamos con lo básico para vivir cómodamente.
Con el corazón encogido y una
profunda sensación de rabia e impotencia me fui de aquel anónimo pueblo,
mientras me alejaba, vi corretear felizmente a unos hirsutos niños entre
charcos, perros famélicos y humo de tráiler y no pude mas que maravillarme de
su inocencia, ellos no conocían y probablemente no conocerán una realidad
diferente. Todo su universo se encuentra en esos polvorientos metros cuadrados
de terreno, el resto de su vida estarán condenados a luchar cuesta arriba para
poder vivir dignamente en un país que los ha olvidado y ha dejado atrás.
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