10 de marzo de 2011

El Goce y Retoce


Es mejor no hacer nada que hacer cualquier cosa
Francis Picabia 


No existe placer privado más absoluto que el de no hacer nada.

Entregarse a la práctica hedonista de lo que los italianos brillantemente han denominado dolce far niente o el dulce placer de no hacer nada, requiere una destreza y disciplina especiales, pero una vez que la dominas se convierte en tu entretenimiento espiritual favorito.

El arte de la refinada holgazanería lo he perfeccionado a través de mi convivencia con gatos, no existe un mejor ejemplo de los beneficios de entregarse a la contemplación que ellos, si yo tuviera órgano de Jacobson seguramente ronronearía también y es que esa actitud de vivir en el ocio y con una clara inclinación a hacer lo menos posible es lo que les permite desacelerar el mundo alrededor, vivir sin stress y tener una actitud relajada y muy cool.

Yo lo llamo el goce y retoce. Porque el truco consiste en no mantenerse estático en tu lecho de holgazanería elevando el tedio a su máxima potencia, si no en estar retozando en él, perfectamente consciente de que es un halago a los sentidos, una distracción absoluta del mundo real, una recompensa por sí misma.

Al principio, todas mis novias han expresado su inconformidad de desperdiciar el tiempo juntos acostados, estirándose y gimiendo placenteramente; pero a la larga todas han caído en el vicio del goce y retoce, y entendido que es una práctica tan íntima, relajante y necesaria como hacer el amor o cualquier otro menester amoroso o de convivencia pre o post coital.

Los amigos que han intentado probar el goce y retoce después de la natural reticencia inicial, también han terminado por convertirse en fieles servidores a la causa. Y es que en esta sociedad cristiano-católica-apostólica y romana en la que hemos sido criados y mal educados, toda la cultura de el sufrimiento, la culpa, el pecado, la vergüenza y la autoflagelación han permeado nuestra capacidad de disfrute y no nos permitimos la indulgencia de transgredir ninguno de los pecados (capitales o no) pero si nos hemos autoprogramado para castigarnos si sucede, hemos desarrollado el síndrome de Marga López y creemos que lo mas noble, verdadero y auténtico se logra por medio del sacrificio y la abnegación.

Pero reprimir tus instintos básicos y atentar en contra de lo que te produce placer y felicidad tampoco te garantiza la entrada al cielo y si no me creen pregúntenle a cualquier legionario. Por supuesto que todo exceso es malo, pero una indulgencia de vez en cuando no sólo es benéfico para la salud física, si no principalmente para la salud mental y la paz espiritual. Una vez superado el sentimiento de culpa que cualquier placer provoca, se descubre lo agradable que resulta la vida sin culpas y te hace apreciar más los breves momentos en los que puedes entregarte a disfrutar con todos tus sentidos de todas las cosas simples y agradables que éste mundo ofrece.

Pero a pesar de ser practicante y evangelizador del movimiento, nunca como en mis más recientes vacaciones, había recibido tanto los beneficios del goce y retoce. Por primera vez ever, entendí el concepto literal de las vacaciones. Desde la planeación de las mismas fueron atípicas, porque surgieron sin elaborar un complicado esquema de tiempo, horarios, fechas, presupuestos y preparativos. El destino y la fecha de salida fueron determinadas completamente al azar y con menos de un par de semanas para reservar estancias y aviones.

Lo complicado fue convencer a Tinkerbell de ser espontánea y aventurera, fue un poco difícil porque las mujeres son muy pragmáticas para ciertos temas, siempre necesitan de esa estructura y esa seguridad de que las cosas planeadas tienen un margen de falla y error más reducido, aunque eso no sea necesariamente verdad.  

Al llegar a nuestro destino, en vez tomar la actitud del turista y automáticamente llenarnos de actividades, decidimos desacelerar el mundo alrededor, abandonar horarios, calendarios y programas, y dedicarnos a descansar, a disfrutar y a conocer en nuestro propio tiempo y ritmo. Usamos el dinero para lo que fue creado, para acercarnos bienes y servicios placenteros como comidas, bebidas, postres, masajes y vistas privilegiadas. Cuando vimos caer la noche en el brillante e inmenso Océano Pacífico, nos percatamos que llevábamos varias horas sin hacer otra cosa que disfrutar la quietud del mar y el roce de la brisa, logramos detener el tren de la vida y nos habíamos bajado a curiosear.

Cuando regresamos, descubrí que me había liberado del sentimiento de nostalgia que las vacaciones siempre me dejaban, de esa sensación de que duraban muy poco y por primera vez en la historia no me sentía cansado si no todo lo contrario, me sentía fresco, renovado, revitalizado y muy relajado. Probablemente de niño experimenté esa misma sensación cuando no tenía ninguna responsabilidad y me dedicaba exclusivamente a disfrutar del lugar y me olvidaba de todo lo demás. Lo único claro es que con la actitud y la compañía correctas, las vacaciones perfectas son posibles.

Así que amigos, ésta semana los invito a practicar este ejercicio de relajación, no importa si están solos o en pareja, la idea es comprometerse a desconectarse un momento del mundo y disfrutar de la dulce ociosidad, porque ya lo dijo Raymond Carver con toda la sobriedad y la precisión que lo caracterizan:

“Hoy, como todos los días, he reservado el tiempo necesario para no hacer nada de nada”.


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